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Covid 19 y el estado de alarma

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Reflexiones durante el estado de alarma - Mayo 2020

En este país tenemos una mala praxis arraigada de antaño en muchos de los individuos de esta sociedad; las palabras que condensan esa otra pandemia o acción costumbrista se denominan envidia y soberbia y la cura, esa vacuna que todos buscan, se llama humildad y reconocimiento hacia los demás. No se trabaja por la excelencia, por la superación personal, por la competencia leal de ser mejores o aportar algo nuevo, a través del esfuerzo individual o colectivo, sino que basamos el avance en la descalificación del contrario, en quitar de en medio a aquellos que con su actitud y su trabajo diario nos hacen sombra y nos obligan a hacer un esfuerzo para ir más allá; si lo que pretendemos es resaltar en el entorno del que hayamos elegido formar parte. Es muy incómodo tener que superar la pereza y el abandono de nuestra zona de confort, poner en juego nuestros miedos, siendo mucho más simple y efectivo poner palos en las ruedas ajenas, y hacer visible, como una virtud, nuestra mediocridad. Si además le añadimos la picaresca, de la que siempre hemos sido unos abanderados y el egoísmo personal exacerbado, el cóctel de lo absurdo está servido. Seríamos un gran país, porque en él hay grandes personas, pero nuestra idiosincrasia nos hunde en la sombra de lo insulso y lo pasajero.

No miramos con honestidad el que hacer de los otros, con valor, con justicia, con equidad, con la paz necesaria para comprender y aceptar, con un equilibrado sentimiento, sus logros o sus fracasos y obviamos la opción de hacernos la firme propuesta de trabajar más y mejor para llegar más lejos, si es lo que nos motiva, por méritos propios, aceptando nuestras derrotas como un camino de aprendizaje.  Los más capaces no están prácticamente nunca en los lugares que les correspondería, por sus ideas, por sus capacidades o aptitudes, sino en las sombras más oscuras donde, por aislamiento, pierden el brillo que nos harían avanzar hacia una sociedad mejor a todos los demás. Si por algún motivo, casi por error, estos individuos de valor llegan a esferas de responsabilidad en un momento donde la coyuntura los hace imprescindibles, aprovechamos sus cualidades para resolver un problema durante el tiempo justo, para después devolverlos a las sombras de donde nunca deseamos que salieran.

Pretendemos sobreponernos a una pandemia con la responsabilidad de los otros, fijando claramente el punto de mira sobre a quién culparé si las cosas salen mal y a quien olvidaré si hay algo de mérito en su actuación. Nada va con nosotros porque a nosotros, como individuos, nada nos ocurrirá o eso queremos pensar en nuestra propia ignorancia. Dejaremos el sentido común y las evidencias que muestran un problema de una complejidad abrumadora, con un nivel de incontrolabilidad y desconocimiento importante y creeremos, si es que somos políticos, que nosotros lo haríamos mejor, no porque tengamos soluciones o mejores criterios, sino porque no podemos concebir que una cosa tan insignificante como un virus pueda escapar a nuestro perpetuo control sobre todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Por otro lado, si somos ciudadanos, pensaremos que la seguridad individual y del conjunto dependen de unas simples palabras que nos dan la libertad de salir, de una u otra forma, sin tener en cuenta, en muchos casos, que no somos más que un pequeño grano de arena en un inmenso desierto, quizá intrascendentes para el total del paisaje, pero importantes para la supervivencia del mismo. Cada acción individual y reflexionada, cada pequeño gesto de responsabilidad, suma un mínimo fundamental, a diferencia de cada error o inconsciencia que resta un máximo para todos.

Dejemos el confinamiento por completo, abandonemos el estado de alarma, volvamos a las calles como si nada hubiera pasado, usemos las mascarillas como un trapo para jugar tapándonos la barbilla, corramos todos juntos por las calles libres de polución, usemos los guantes como si sobre ellos no hubiera nada a lo que temer y esperemos a que esas personas que trabajan siempre en las sombras nos ofrezcan la solución, una vacuna, un medicamento,  todos libres de culpa, mientras algunos, con menos escrúpulos, aún esperarán agazapados para utilizar ese esfuerzo para lucrarse.

Dejemos que los políticos sigan sus juegos absurdos de poder, de control, de intereses, que sigan batallando, no por el bien común, sino por la superioridad de sus partidos, por intentar convencer constantemente que son mejores gestores de la nada, que tendrían que haber sido ellos y no otros los grandes salvadores de esta pandemia, cuando nadie en su sano juicio debería desear tener que lidiar con una situación de esta magnitud en un cargo de liderazgo, sabiendo, a ciencia cierta, que en este naufragio no hay botes para todos.

Vayamos luego a votar, en esta democracia absurda e inexistente, en la que tu respuesta rara vez se corresponderá con alguna de las preguntas o, dicho de otra forma, cuando tu elección no figurará entre las opciones. Ensalcemos más tarde al mejor de los actores, porque era el nuestro y nadie fingía mejor. Dejemos pasar el tiempo y mantengamos vivas las críticas constantes para luego, cuatro años después, tomar la misma decisión. Observemos ahora, en este momento puntual, las ilustres mentes de la oposición de turno que argumentan, en un acopio de inspiración, la falta de un plan B, cuando en una reflexión superficial se ve claro que no puede ni debiera existir. Solo el mejor camino que se pueda o se sepa concebir, gobierne quien gobierne, debería ser el válido, con sus imperfecciones y errores, pero con la voluntad adecuada de servicio, el conocimiento máximo y el apoyo de todos; para que gane en consistencia y resuelva el problema si es posible. Y eso apunta, en la unidad de cualquier liderazgo frente a una pandemia, a la necesidad de la inexistencia de un plan B que, en caso de haber existido como una opción mejor, debería haber sido el plan A. Cualquier gobierno, sea de la ideología que sea y con un mínimo de honestidad no debería tener o utilizar ese plan alternativo, porque tendría que ser necesariamente peor.

Es cierto que la economía se hunde, que hay infinidad de familias y de seres humanos sufriendo doblemente esta pandemia; pero el dinero sí es controlable, la posibilidad de salvar esta crisis sin que nadie pierda lo mínimo y necesario para subsistir es posible, pero sin la influencia del egoísmo de unos pocos que tienen lo suficiente para vivir mil vidas o de aquellos otros que lo pretenden. No es momento de jugar al poder o a la manipulación, del enfrentamiento o la discordia, no es momento de ocultar la ignorancia con la falsa seguridad o la mentira. Solo puede haber un plan, el de todos unidos para salvar vidas. El virus, sea cual sea su origen, sea cual sea su condición, es real y no respeta ni a nada ni a nadie. La solución no es el contagio controlado y las muertes asociadas sobre una curva que no sature el sistema sanitario, como algunos, de forma encubierta proponen. Quizá para el colectivo, de carácter impersonal, sea razonable, quizá para la globalización y sus riquezas sea un mal menor, pero para las familias que pierden a un ser querido, o incluso a más, es una tragedia absurda y sin sentido.

Una curva que se estabiliza en torno a unas cifras y se aplana, no representa una mejora dentro de ese tramo, sino un equilibrio entre las posibilidades de contagio y las medidas que lo contrarrestan. Si estas últimas cambian, dando más opciones al virus, la curva aumentará con toda certeza. Para que la curva se reduzca a cero el desconfinamiento tiene que ser más efectivo que el propio confinamiento, ofrecer, incluso, menos opciones de transmisión que quedarse en casa. Hay territorios que quizá ya estén preparados para esa acción, pero solo dentro de sus fronteras. Otros, como Barcelona o Madrid, deberían ser más pacientes y no caer en las acciones individuales tan irresponsables que estamos viendo. La libre circulación sería un caos absoluto y sobre todo sin un conocimiento exhaustivo de las personas que están infectadas. Las medidas que algunos establecimientos hoteleros proponen, como hacer un test a los nuevos clientes, no sé qué sentido tienen, a no ser que entren y no vuelvan a salir durante toda su estancia. Es una situación muy compleja y buscar un equilibrio entre economía y salud, forzando la situación, tiene un coste en vidas humanas.    

Quizá mañana luzca el sol y el optimismo nos lleve de la mano. Quizá mañana se acabe el estado de alarma y algunos puedan ser libres y dueños de sus irresponsables actos, o también otros sigan recluidos por voluntad propia, si les es posible u obligados a exponerse con pleno convencimiento de que aún no es el momento. Quizá nuestros hijos vuelvan a las escuelas, si eso ocurre, para cubrir un expediente académico durante una o dos semanas, intercambiando su seguridad por unas migajas de conocimiento totalmente postergable. Quizá volvamos a las terrazas de los bares, a sentir esa cierta normalidad que oculta lo indeseable, a prescindir de los sanitarios que ya no tienen sentido en una guerra supuestamente ganada, a olvidarnos, poco a poco, de los ancianos que ocupan algunas residencias a las que nadie nunca prestó atención, a separarnos del arte, la cultura y la música, que tanto nos ayudó, sin aportar nada para que sigan existiendo. Quizá volvamos a pensar que muchas cosas que han sido posibles y viables tengan que dejar de serlo porque fueron fruto de la necesidad y aunque resultaron mejores ya no cabe esa opción. Criticaremos a los profesores por el motivo contrario a lo que son criticados ahora, obviando la necesidad que tienen de enseñar con libertad, a no ser coartados constantemente por un sistema obsoleto y politizado, ayudando a que las nuevas generaciones sean mejores que nosotros, más honestos, menos egoístas y sobre todo mejores lideres para el resto de la sociedad.  

Quizá y si no hemos aprendido nada, si este periodo de confinamiento, para algunos, solo ha supuesto un paréntesis vacacional inesperado, o si nuestro ego no ha asimilado la naturaleza de algo que no se ve pero que intentará sobrevivir pese a nosotros, volvamos a ser pasto de nuestras cuatro paredes, contando con que la suerte esté de nuestro lado; y si esto sucede, si lo más pequeño vuelve a ser nuestro problema más grande, ya no habrán excusas para obviar nuestra influencia individual en esta pandemia, ni puertas traseras para aquellos políticos que en vez de ayudar quisieron ser líderes de lo incontrolable.

2020 © Miguel F. Martín  (Artículo de opinión)

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