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La Vinyanova: entre velas al pie de la montaña de Montserrat.

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Detalle de un pequeño rincón del "Xiringuito" en la Vinyanova (imagen de la web oficial)

No podría fijar la fecha exacta en que, por primera vez, visité esta masía (realmente hace ya mucho tiempo), pero sí podría asegurar que fue durante el primer año en que abrió sus puertas, allá por 1993. El camino de acceso no era nada obvio, pues suponía recorrer calles y calles, por las urbanizaciones de Collbato, intentando encontrar una combinación de direcciones que diera con el camino de tierra y ripio que se internaba en la montaña; habitualmente, o te llevaba alguien la primera vez, o era muy difícil dar con la ruta. Al llegar a sus inmediaciones, con el coche inmerso en una gran polvareda, lo primero que llamaba la atención era la oscuridad del paraje y la profundidad de un cielo abierto y estrellado, con la silueta de las montañas como telón de fondo.

Un solo edificio principal, con una antigua puerta, daba acceso al interior del restaurante, en el que, por aquel entonces, no se disponía de luz eléctrica y todo el recinto estaba alumbrado con multitud de velas, además de candiles de camping gas para las cocinas y algún que otro punto con más necesidad de iluminación. A la derecha, algunas mesas con manteles de cuadros y al fondo, un pequeño mostrador donde nos recibía uno de los dueños de la familia Solá-Lien.

Si todo iba bien y había sitio (no había ningún teléfono para reservar), subíamos por la cercana escalera, de barandillas negras y metálicas, al piso superior, para acomodarnos en el comedor principal, medio en penumbra, donde algunos grupos, de más o menos comensales, disfrutaban del único menú que ofrecía el establecimiento: ensalada, embutidos, escalibada, torradas con tomate y aceite y un buen porrón de vino negro, para seguir, en un segundo asalto, con las cazuelas de cordero, butifarra, morcilla, judías y garbanzos, además de un buen all i oli; todo según la tradición catalana. No había dos mesas iguales, ni dos bancos, ni dos sillas y los velos blancos de las ventanas abiertas se movían con el viento fresco del verano.

En los postres, las grandes y multitudinarias velas, habían consumido gran parte de su materia y a veces era necesario sustituirlas para recibir, con algo más de luz, la cesta de fruta, los carquinyolis, los frutos secos y el porrón de moscatel. A estas alturas las tertulias iban y venían al compás de los cafés y algún que otro chupito. Dos horas era lo mínimo para cenar y disfrutar de un ambiente un tanto primitivo, pero muy cercano a la belleza de lo simple.

Terminada la velada salíamos al exterior a contemplar las maravillas de un cielo lleno de constelaciones y a revisar, más por intuición que por visión, los monolitos montserratinos cercanos. El aire fresco calmaba los calores de la copiosa cena y un último vistazo a los muros de la fachada de aquel edificio, dejaba entrever mucho espacio casi en ruinas o por lo menos, sin ningún uso y deteriorado por los años.

De vuelta, a través de los oscuros campos de oliveras, siempre surgían las mismas cuestiones ¿Cómo es posible que hayan montado un restaurante en medio de la nada? ¿Cómo se entera la gente de lo que hay aquí? La respuesta a la primera cuestión la desconozco, pero a la segunda era simplemente por el “boca a boca”.

Hoy, oficialmente, quizá 27 años después, y lo digo porque creo que incluso se abrió antes, el lugar se ha convertido en un complejo con 19 espacios preparados para acoger comensales, pero y esto es lo más importante, sin perder gran parte de la esencia con que se inició la aventura. Antaño solo habría los fines de semana pero, desde hace unos años, abren todos los días, con diferentes ofertas y horarios.

El menú original se sigue manteniendo (unos 25 €) y las terrazas al aire libre, además de la zona que denominan “El Xiringuito” son un punto adicional que nos permiten disfrutar del entorno montserratino. Otro punto que han querido conservar, como recuerdo de aquellos principios, es “La noche de las velas” donde se vuelve a los inicios que lo hicieron famoso y querido por muchos. Y es que, y lo digo con conocimiento de causa, Andreu, dueño del restaurante, sigue siendo el mismo de siempre, atento y preocupado por la satisfacción de sus clientes.

RECOMENDACIONES ACTUALES A pesar del esfuerzo por llevar a cabo una atención correcta, hay que pensar que el recinto, en su máximo apogeo (festivos), puede albergar a más de 900 personas comiendo a la vez. Es pues de cajón que, si no reservamos o lo hacemos en las franjas y espacios más solicitados, o no podremos comer o lo haremos entre la multitud. Es fácil pensar que cada uno individualmente es el ombligo del mundo, pero no, no lo somos, así que tendremos que tener un poco de paciencia y comprensión para disfrutar de lo que allí nos ofrecen. Si vas con prisas no es tu lugar. Dicho esto, te recomendaría los últimos turnos de cada franja horaria. Seguirá habiendo mucha gente, pero tendrás tu espacio y todo lo necesario para pasar un rato agradable y, seguramente para algunos, se convertirá en un punto de referencia donde volver a menudo.

La primera vez, independientemente del espacio que te toque, te recomiendo que investigues sus opciones. Tiene muchos rincones y salas peculiares, aunque la inmensa mayoría de gente opta por las terrazas en verano, donde se aglutina la mayoría. Por el contrario, si vas entre semana, todo se relaja y podrás disfrutar de mucha más tranquilidad, especialmente por la noche en el “Xiringuito” o por la tarde entre las comidas, donde podrás tomarte algo con la montaña de fondo. No hay que olvidar que, aunque lo típico es su menú estrella, tienen una amplia carta de especialidades, muy bien cocinadas, que no hay que descartar.

ACCESO El acceso ahora es mucho más sencillo, ya que cambiaron la dirección de las calles para que fuera más directo: tomando el lateral que pasa por el exterior de Collbato se llega al restaurante “Montserrat Expres” para girar, en ese punto, a la derecha y salir de la carretera principal. Al fondo hay una rotonda en la que giraremos a la izquierda para seguir rectos y en pendiente, en dirección a la montaña, sin desviarnos. Finalmente, un letrero de madera nos indica, en una carretera perpendicular a la que circulábamos, girar a la izquierda. Seguiremos esta nueva vía hasta encontrar una pista de tierra, a la derecha, que tomaremos. Llegados a un muro de piedra que intercepta con la actual pista, giraremos de nuevo a la derecha hasta llegar al restaurante que ya se divisa en las cercanías.

CONCLUSIÓN La Vinyanova es un espacio singular dentro de las masías restaurante. Si aprendes a apreciarlo es posible que le cojas un cierto cariño como nos ha pasado a muchos. Sus opciones son muchas, pero hay que tantear el terreno y elegir las propias.

2020 © Miguel F. Martín

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